Erotismo en
El
nombre de la rosa
Por:
Guillermo Pérez La Rotta
En esta novela el lector encuentra una variedad extraordinaria de
registros que aportan claves para interpretar el final de la Edad Media en Europa.
Es una obra que presenta un panorama detallado y profundo de las condiciones de
transformación y lucha ideológica que ostentaba la cristiandad durante el siglo
catorce. Detrás de la trama policíaca, en medio de los extraordinarios diálogos
acerca de la manifestación del plan divino en la tierra, y de sus consecuencias
políticas, nosotros hemos leído la novela como un texto que dramatiza un
conflicto acerca de los sentidos vitales de Eros. Aunque dicha palabra no
aparece en el libro, la traducimos en el deseo de saber de Guillermo de Basquerville,
que busca conocer los designios de Dios en la tierra para hacer feliz al hombre,
la encontramos en el interés vital de unos monjes que aspiraban a leer el libro
de Aristóteles sobre la risa y la comedia, para deleite de su gusto, pero
también como forma de acceso a la verdad divina, la descubrimos en la misma
comedia como expresión excelsa de la vida, que al representarla de una manera
irónica, podría penetrar en su verdadera realidad, la advertimos en el
misticismo exaltado de Ubertino da Casale, en la bestialidad de Salvatore, en
la lujuria inquisitorial de Bernardo Gui, o en la autoritaria negación de
Jorge, quien creyendo salvaguardar una verdad revelada de los embates de la
crítica, cayó en el desenfreno del crimen.
El
nombre de la rosa es una obra que hace patente la
realidad de los textos como expresiones donde se esconde el sentido de la vida.
Es a través de los libros como podemos discernir las orientaciones de la
existencia. Ello ocurre desde el principio, cuando el narrador rechaza
ficticiamente su autoría para hacernos creer que transcribió un manuscrito, a
su vez transcrito por otros hombres en distintas épocas. Esta realidad absoluta
de los textos nos interesa para nuestra lectura desde una doble perspectiva:
a) La
obra insiste en una irresistible actitud que solicita una lectura hermenéutica,
habla de textos que están en boca de los personajes para orientar sus
posiciones frente a todo.
b) Al mismo tiempo exalta el trabajo de lectura como
un placer por parte de personajes-lectores que hacen suyas ciertas
interpretaciones, y forma así un tejido dialógico con todas esas posiciones.
La
búsqueda de la verdad y el placer de descubrirla y aplicarla en la vida, van
aparejados en una misma experiencia. Pero esa conjunción aparece como un drama
donde se juega la propia vida, porque las interpretaciones que están en juego
son la expresión de una jerarquía que reina en el monasterio -espejo del mundo-
con respecto a verdades y prohibiciones, pero también en relación con la
creciente posibilidad de interpretar y construir libremente las verdades.
Cada
uno de los personajes principales tiene una experiencia singular de los textos.
Adelmo hace comentarios icónicos acerca de libros sagrados, los ilustra,
extrapolándolos con figuras risibles o monstruosas que expresan la fuerza crítica
de lo imaginario en su lectura. Sus dibujos son "imágenes que nos hablan de aquella región a la que se llega cabalgando
sobre une oca azul”. Y Venancio, el traductor de griego, interroga a sus
interlocutores acerca del poder de las metáforas para producir deleite, pero al
mismo tiempo para "incitar una
reflexión distinta y sorprendente sobre las cosas”. El propio Jorge hace
una lectura represiva sobre íconos de piedra que están esculpidos en la
iglesia, sobre “discursos malos"
que aparecen en obras de poetas paganos, sobre torcidas enseñanzas del Filósofo
acerca de la risa y la comedia. Y en su negación se esconde una pasión que
conoce delirantemente aquello que niega: "¿Qué significan esas monstruosidades ridículas, esas hermosuras
deformes y esas deformidades hermosas, desplegadas ante los ojos de los monjes
consagrados a la meditación?" Y su memoria no traiciona lo que antes
vio y ha retenido con fidelidad, porque la pasión con que rechaza, es ya forma
y testigo de la seducción frente a la intensidad de las imágenes, porque las
representaciones más seductoras del pecado se exaltan cabalmente con más ahínco
en “las páginas de los hombres más
virtuosos".
Las
diversas interpretaciones de los personajes están inscritas en una narración
que las teje y descubre lentamente, en una investigación de Guillermo, que a lo
largo de sus diálogos con los monjes, desenrolla la intrincada madeja de los
actos criminales. La narración inquieta al lector de una forma placentera, le
entrega falsas pistas, y manifiesta parciales revelaciones en los discursos de
los monjes; poco a poco le abre un panorama de interpretaciones que unen la
pasión por los libros con las motivaciones de los crímenes. De esta manera,
Berengario suelta con ironía una información acerca de ingeniosos enigmas que
escribieron poetas africanos y acicatea la curiosidad de sus amigos. Y mientras
Jorge niega la existencia del libro aristotélico sobre la risa, Berengario
busca facilitarlo a su amigo Adelmo, a cambio de placeres sexuales. Y Bencio
testimonia a Guillermo las incidencias del debate sobre la risa, los enigmas y
las metáforas, la víspera de la muerte de Adelmo. Y Berengario, acosado por
Guillermo, revela cómo su amado amigo Adelmo cayó al abismo, después de decir
palabras de perdición, que les reflejan su propia culpa. El camino de Adelmo
hacia la muerte esta signado por su acceso al texto prohibido, por el pecado de
la carne y por su arrepentimiento ante el confesor, quien le infunde un terror
desesperanzado. Mientas camina por el cementerio, Adelmo recita un texto de
penitencia irredenta que le exige el suicidio: “Las penas del infierno son infinitamente más grandes de lo que nuestra
lengua es capaz de describir... Y este castigo me lo ha impuesto la justicia
divina por haber creído que mi cuerpo era un sitio de delicias, por haber
supuesto que sabía más que los otros y por haberme deleitado con cosas
monstruosas… Y ahora tendré que vivir con ellas toda la eternidad”. Pero
este texto es el resultado de la selección que ha hecho Jorge, el confesor, de
los discursos de los predicadores, circula en la sociedad, refleja la
penitencia como una necesidad de muerte, apela a visiones de sufrimiento
macabro para reprimir a la vida y mantener a los simples en su condición de
pobreza e ignorancia.
En
el trasfondo de este drama de libros se destaca un paisaje más amplio, pues la
vida se descifra y define a través de lo que sabios han pensado y escrito y de
lo que otros dicen y hacen a propósito. El orden social y cultural está
organizado por escrituras que sirven para legitimarlo, para cambiarlo o
interrogarlo. Las cosas que los inquisidores suponen de los herejes, han sido
escritas antes en libros donde destila una lujuria de represión. En un libro de
Michelle Psello sobre “las operaciones de
los demonios”, aparecen programáticamente los horrores que hay que atribuir
a los herejes. Y los herejes, como bien lo dice Guillermo, llegan a un éxtasis
de dolor en la tortura y entonces empiezan a decir lo que el inquisidor quiere
que digan con lujuria que se proyecta en el otro que sufre, y entonces “todo lo que has oído contar, todo lo que has
leído, vuelve a tu cabeza, como si estuvieses arrobado, pero no es un rapto
celeste sino infernal”.
Entre
aquellas figuras que reflejan diversas pasiones en el espejo vital de los textos,
resalta la ascesis de Guillermo, como experiencia que busca sublimar la vida
terrena del hombre hacia un destino celestial, por medio de una aventura de
conocimiento. Tal empeño supone un esfuerzo constante para clarificar las
sutiles diferencias de las cosas, para leer en el libro de la naturaleza donde
todo es signo de otro signo, para reunir y explicar los fenómenos bajo causas y
leyes comunes. Y las pasiones deberían gobernarse por un movimiento perenne de
la razón. Serían jerarquizadas y seleccionadas en el empeño por subir hacía las
purificaciones que exige el plan divino. Guillermo encuentra una cercana
relación entre la pasión mística que alienta a Ubertino da Casale y sus queridísimas
amigas y el ardor luciferino, cuestiona la curiosidad insaciable de Bencio el
retórico, porque no busca más que el saber por sí mismo, sin comprender que ese
saber ha de ser el instrumento para buscar la felicidad de todos los hombres.
Guillermo afirma la vía del pensamiento para tratar de comprender los designios
de Dios: "Dios quiere que ejerzamos
nuestra razón a propósito de muchas cosas oscuras sobre las que la escritura
nos ha dejado en libertad de decidir... Y ahora fijaos en que, a veces, para
minar la autoridad de una proposición absurda, que repugna a la razón, también
la risa puede ser un instrumento idóneo".
La
comedia es buena porque representa las cosas no como lo son naturalmente, sino
en una desfiguración irónica que se convierte a la postre en un poder revelador
aliado de la razón humana. Trabajo permanente de interpretación es la comedia,
una figura entre tantas, que promueve el movimiento de las cosas, el devenir de
la verdad y los reflejos continuos que el hombre hace de sí en el medio de los
discursos. Movimiento éste que repugna a la mente represiva de Jorge de Burgos.
En la confrontación que Jorge hace del libro aristotélico, se desvela de una
forma reactiva la posibilidad siempre creciente de reinterpretar el mundo y la
furiosa contradicción de ello con el orden autoritario del monasterio -espejo
del mundo- donde se supone que la verdad ha sido revelada hace tiempo y para
toda la eternidad: "Cada palabra del
Filósofo, por la que ya juran hasta los santos y los pontífices, ha trastocado
la imagen del mundo. Pero aún no ha llegado a trastocar la imagen de Dios… Mientras el vino gorgotea en su garganta, el
aldeano se siente amo, porque ha invertido las relaciones de dominación: pero este libro podría enseñar a los doctos
los artificios ingeniosos, y a partir de entonces ilustres, con los que
legitimar esa inversión”.
Personajes
en confrontación dramática, hilan a través de textos que leen y discuten, un
diálogo donde ellos se entregan enteros, desde distintas figuras de la pasión, algunas monstruosas y diabólicas, como
universo que aparece verdadero y santo, pero que sólo es máscara de un poder
despiadado; otras, abocadas al descubrimiento del mundo en los discursos, más
allá de las verdades reveladas, buscando aquello que puede ser posible porque
los hombres lo piensan y lo hacen emerger a través de la palabra. Aunque
temporalmente resulten cercenadas por el Poder que, como la bestia apocalíptica
que asediaba con horror a las mentes de los monjes, deshace y destruye su
movimiento; que es el de la misma vida,
que busca siempre, y quiere
interpretar.
El eros es en otras ocasiones lapidario. Un monje que tiene trazas animales en su rostro fornica con una bella mujer que le ofrece su cuerpo a escondidas en algún rincón del castillo, como expresión consustancial de la vida. Otras veces el eros tiene meandros en su devenir, y entonces la homosexualidad de algunos frailes se une a través de sus cuerpos, y va en pos de un placer espiritual por la lectura y el saber, como representando un episodio del Banquete de Platón, intentando ascender a la sabiduría por medio del eros. Un inquisidor hunde su poder de aparato terrorífico sobre los cuerpos de los que caen en desgracia cuando hacían el amor, porque necesita información para imponer su orden. El poder ha de gobernar en el castillo y en la tierra, como expresión de papas que son príncipes y se disputan con reyes el dominio terrenal; y entonces, todas estas significaciones parecen figuras parciales del eros en juego, reprimido o sublimado a través de símbolos teológicos que son ley, por medio de la emanación del dios cristiano en la cabeza de papas, monarcas y frailes; entonces el mismo eros parece un signo movible, transitable, envolvente, como expresión de las relaciones entre esos hombres y las mujeres de la época, que solo por algún movimiento de su libertad pueden ser convertidas en brujas junto con otros poderes emanados de la lucha contra el terror y de la fuerza de sus cuerpos.
Ya esas figuras del eros no están con nosotros, pero atormentaron a millones de seres que vivieron el infierno, el pecado, y otras ciertas formas de lujuria, alrededor de la vieja y oscura conjura contra al amor y los placeres carnales propia del cristianismo. Al final, encantados por el eros textual y su lectura, nos quedamos solos con el escrito de Adso, que describe trazos que han de ser leídos por lectores que se
reflejan y descubren en las mil caras de una época donde hombres pensaron y
vivieron, igual que nosotros, descifrando signos que revelan otros signos.
Porque el texto es realidad y destino, está allí para ser leído y recreado
incesantemente.
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