sábado, 8 de noviembre de 2025

FORMACIÓN FILOSÓFICA Y HERMENÉUTICA

 

Por Guillermo Pérez La Rotta

Ponencia presentada en el Tercer Asedio Fenomenológico

Octubre de 2024

Universidad del Cauca

Popayán


Esta ponencia es un diálogo con el pensamiento del filósofo Hans-Georg Gadamer (la historicidad de la comprensión), y de Paul Ricoeur (la triple mímesis), realizado bajo la mediación de pensadores colombianos, y se propone como motivo de una reflexión sobre la formación en filosofía y su enseñanza en la academia (1). En ese empeño, comentaremos aportes de pensadores como Fernanado González, Jaime Rubio, Estanislao Zuleta, Daniel Herrera y Guillermo Hoyos.

1

GADAMER

La historicidad de la comprensión




Al inicio del capítulo noveno de Verdad y Método (2) Gadamer (1900-2002) define la intención de indagar cómo puede ser la historicidad de la comprensión (P 331). Y para ello aborda la cuestión del círculo hermenéutico en función de ilustrar cómo podría ser una “elaboración del tema científico desde la cosa misma”. (P. 332) Se trata de mantener la mirada atenta a la cosa misma, aún a través de las desviaciones que hace el intérprete. Pues al leer hacemos siempre proyecciones y expectativas sobre él texto. Hay que poner en juego nuestras expectativas (proyecto previo) y sus posibles transformaciones a lo largo del desarrollo interpretativo. (P. 333). La comprensión exige y supone que el proyecto previo, y sus reformas, sean adecuados a la textualidad. La objetividad es, de acuerdo con esta perspectiva, una convalidación de las opiniones previas del lector.

Este camino supone ubicarse en el hábito lingüístico del autor o de su tiempo, y la disposición a dejarse decir algo por el texto (P. 335). Pero esta actitud no es neutralidad del lector, sino la matizada incorporación de las propias opiniones y prejuicios, o el hacerse cargo de las propias anticipaciones, en el contexto de la exigencia que pide dejarse decir algo por lo escrito (P. 336). Y por ello el autor abordará luego la problemática de la Ilustración, enfrentada al romanticismo, como un ejemplo que le parece revelador para dar cuenta de su concepción hermenéutica (P.337).

El debate europeo sobre la Ilustración y el romanticismo que pone en escena Gadamer, se inscribe en el desarrollo de una modernidad que supone el progreso de la razón y el conocimiento en el siglo XVIII, así como la revolución burguesa que culmina con la filosofía política liberal y el relativo desencantamiento del mundo. En ese camino la razón progresa como positivismo y confianza burguesa en la ciencia, pero igualmente desde el idealismo kantiano que creía en una razón pura y autosuficiente. Al desmontar Heidegger la suposición de un sujeto puro de conocimiento, se motiva la indagación de Gadamer sobre Ilustración y Romanticismo. Pues es desde la tradición de esa confrontación que se ofrece un ejemplo representativo de la dialéctica europea que postuló una razón pura en contraste con un conocimiento intuitivo, poético, o mítico, pero igualmente una valoración romántica del pasado, rescatando leyendas de antaño, lenguas antiguas, o el saber de los indígenas. A esa confrontación entre las dos corrientes le abona el pensador alemán una convergencia, ya que el interés romántico en el pasado, confluye con la investigación ilustrada de la historia. La contradicción genera el historicismo del siglo XIX y el análisis de ese debate le permite a Gadamer restaurar el prejuicio y la tradición:

“Si para la Ilustración es cosa firme que toda tradición que se revela ante la razón como imposible o absurda sólo puede ser entendida como histórica, esto es, retrocediendo a las formas de comprensión del pasado, la conciencia histórica que aparece con el romanticismo es en realidad una radicalización de la Ilustración. (…) Este es el punto con el que debe enlazar críticamente el intento de una hermenéutica histórica” (P. 343)




Gadamer celebra que el siglo XIX haya sido un siglo de historicismo, precisamente desde la perspectiva enriquecida por la Ilustración y el romanticismo. Dicho historicismo, aunque tenga vertientes diferentes que él cuestiona, se dirige a un reconocimiento por parte del investigador que busca hacer hermenéutica: la tradición (disciplinaria, cultural, social, moral o política) nos interpela y constituye, de una manera formativa, que aparece tortuosamente ante nosotros, y es deber del lector o investigador hacerlo patente en el marco de su proyecto hermenéutico. Es por todo esto, que afirmamos con Gadamer que las ciencias del espíritu se desarrollan en ese suelo de la tradición, y esta premisa exige confrontar la concepción positivista que pretende hacer un deslinde radical entre historia y conocimiento de la misma (P. 351). Hay en su lugar una relación efectual entre tradición e investigación histórica (P. 351- P. 371). Por estar sometido a los efectos de la historia el intérprete está enfrentado a ciertas condiciones. Frente a la lejanía del tiempo transcurrido, corre el riesgo de objetivar el pasado, y no ver la relación de aquel en su conexión con su propio presente. Pero hay una eficacia del tiempo en la distancia, que ha de ser recuperada y comprendida desde nuestro presente, pues éste tiene sus raíces en aquella distancia (P. 367-P. 371). De otra parte, nunca tenemos una visión total del acontecer del pasado y sus efectos sobre nosotros, y por lo tanto devenimos en un proceso de temporalidad que nos impide tener un conocimiento absoluto del pasado en relación con nuestro presente. Pero siempre hay la posibilidad de encontrar nuevas fuentes de comprensión y también de corregir aquellas que son erráticas (P. 368-369). No estamos limitados de forma total, y en la indagación sobre el pasado siempre tenemos desde nuestro presente un horizonte que nos pone en relación con un universo acontecido, que puede ser comprendido por nosotros en cierto grado, desde una posible fusión de horizontes.  (P. 376 -377).

Si asumimos esta perspectiva, podemos suponer que la conciencia histórica, como proceso crítico que atiende desde el presente hacia el pasado, es la búsqueda y confirmación de lo nuevo, dentro de lo que siempre ha sido relación humana con el pasado. Aparece aquí la idea del futuro, junto con la implicación que se une a ella: nuestra finitud. Pero todo ello, no como una simple idea, al contrario, como el impulso que la tradición trae desde el más remoto pasado hacia nosotros, en su proyección hacia el futuro, desde nuestro presente siempre en curso (3). Finalmente, cito un pasaje de Gadamer que me parece concluyente:

“El círculo no es, pues, de naturaleza formal, no es subjetivo ni objetivo, sino que describe la comprensión como la interpretación del movimiento de la tradición y del movimiento del intérprete. La anticipación de sentido que guía nuestra comprensión de un texto no es un acto de la subjetividad, sino que se determina desde la comunidad que nos une con la tradición. Pero en nuestra relación con la tradición, esta comunidad está sometida a un proceso de continua formación” ( P. 363)

2

ASEDIOS A LA FORMACIÓN FILOSÓFICA EN COLOMBIA

En el ejercicio de encontrarnos hoy con las ideas de Gadamer, vamos a realizar unos comentarios de proyectos filosóficos y humanistas que nos alimentan para la reflexión sobre Colombia. Los entiendo como concepciones críticas que atienden hermenéuticamente a la tradición, y junto con ello, como tentativas que nos iluminan para seguir pensando nuestro mundo de la vida latinoamericano y colombiano, en una dirección emancipativa.

2.1 El sentido del ánimo en el libro Viaje a Pie de Fernando González



El libro Viaje a pie (2002) (4), de Fernando González (1895- 1964) fue escrito en 1929. Supone el viaje como proceso que motiva el pensamiento, el cual queda elaborado finalmente como un diario. Viaje a pie nace en el contexto del avance del capitalismo en Colombia que supone también una modernización física (vías, electricidad, tren, telégrafo, navegación), pero en su dialéctica este proceso generó grandes conflictos laborales y sociales, la entrada resuelta del imperialismo de los Estados Unidos en nuestro país, y la consolidación del papel educativo y formativo de la iglesia católica sobre el pueblo colombiano, gracias a las prerrogativas que la constitución de 1886 entregó al clero (5). Vamos a comentar apartes del libro, buscando focalizar significados de la formación cultural católica y su cuestionamiento filosófico y existencial por González.


Desde el principio hasta el fin el autor critica la educación católica y jesuítica que recibió, y lo hace de muchas maneras, siempre con ironía y humor (6). La crítica a esa educación se proyecta igualmente hacia la ideología conservadora y sus imaginarios religiosos, políticos y culturales, que han educado a los colombianos, y aunque poco refiere a lo propiamente político, se advierte una postura liberal, en una dirección muy amplia, en tanto González afirma a lo largo del libro la importancia de la vida personal y de los caminos de ella para ser un hombre libre (7). Lo anterior implica a su vez que la escritura se desprende tanto de la tradición de ciertas filosofías que González conoció (8), así como del momento histórico en que vivió, lo cual es muy importante como valor de y para el pensamiento; y a su vez, supone que pensar es un proceso reflexivo y crítico que tiene un servicio para la vida de las personas.

 Todo depende del ánimo

Fernando y don Benjamín, los caminantes, se encuentran con una anciana que servía de correo semanal de mensajes, y le preguntan cuánto falta para llegar a La Ceja, entonces ella les responde que eso depende del ánimo. Los caminantes dan la siguiente interpretación de la respuesta de la mujer:

“Los que triunfan, lo deben a una creencia arraigada, generalmente a la creencia en sí mismos. Son fracasados los que no han creído en algo que les sirviera de columna vertebral para desarrollar su personalidad (..) hay que curar al fracasado haciéndole creer en sus fuerzas, en su importancia. Los educadores (y todos los somos, ya del niño, ya del antiguo enfermo, ya del prójimo decaído) deben hacer nacer o renacer la fe en las fuerzas propias (..) el hombre es lo que se cree” (P. 8).Y entonces surgen nuevas orientaciones más amplias sobre esta noción:

“Al oír a la vieja se nos iluminó todo el problema de la vejez, el de la enfermedad, el del pesimismo, del escepticismo, de la tolerancia, el problema todo de la vida. Incluso el problema social. La vejez, que se compone de falta de fe, tolerancia y amor, no es sino agotamiento de esa energía que causa todo el fenómeno variado de la vida” (P. 10).

                                                                                                    


Desde nuestra lectura el ánimo supone tres grandes problemáticas. En primer lugar, lo intersubjetivo y el dominio de unos sobre otros (P. 9), con lo cual se trae a cuento la idea de la lucha unida a la vida, que se proyecta hacia el esbozo de la antropogénesis que propone el autor. En segundo lugar, en una perspectiva epistemológica, se da una conexión del ánimo y el deseo, que mueven la inteligencia y el obrar; por ello el pensamiento del autor supone una inversión frente a los idealismos de la tradición que centran el conocimiento y la acción en la razón y la conciencia, y ponen al cuerpo, los deseos y las sensaciones, en un lugar secundario del conocimiento humano. Con ello, el autor propone una antropología materialista que recupera el cuerpo, el amor, y las emociones primarias, pero inscritos en la dialéctica de la civilización y la cultura. De una cultura que puede ser represiva o también afirmativa y sublimadora de las fuerzas de la vida: “Así pues, siempre es la fuerza vital la que domina” (P. 10) (9). Y, por eso el ánimo atañe al universo de la cultura y la formación humana dentro del universo de lo social. Vamos a caracterizar estos tres aspectos a continuación.

Sobre el conocimiento y la antropogénesis

Exhibe González con ironía la enseñanza católica que recibió. Contra la lógica escolástica que asume las proposiciones del silogismo y el principio de identidad, (P. 87) el autor propone la metáfora, a pesar de las advertencias del sacerdote contra el riesgo de filosofar con metáforas, pues por ese camino no se llegará a la verdad. El arte y la literatura quedan desterradas en la escuela jesuítica. (P.86) entonces afirma el pensador:

“¿Cómo queréis que admiremos la literatura de sur América, nosotros, los jóvenes de las premisas lógicas y a quienes la metáfora avergonzó durante años y años? ¡Que pléyade de poetisas y de poetas, para quienes el sexo está en las flores, en la atmósfera y en la luna!” (P. 86 – 87).


Viaje a pie
es un ejemplo de este debate intelectual. Es un libro aventurero y experimental, omite la argumentación demostrativa, se despliega de forma fragmentaria, y acude a veces al hermetismo y el secreto, pues el lector ha de conocer a un autor, para entender por qué lo trae a cuento González de forma breve. Cerca del final de su escritura, en medio de la montaña del nevado del Ruiz, expresa el autor la fuerza del ánimo bajo figuras estéticas. Emerge entonces la simbolización de la diosa Afrodita, como una manera de postular una ontología: “Es Afrodita quien está en las burbujas del mar de la existencia, y es ella quien las forma, la energía es Afrodita, es lo que palpita en las superficies y se manifiesta”. Y el amor tiende a siempre, porque nunca se realiza completamente en los fenómenos (P. 70).
 



Y luego escribe que “somos sensibilidad que se perfecciona, el sentido del tacto es todo en nosotros; la masa nerviosa se ramifica, como inmensa raigambre a través de la carne y termina en la piel; a esta llegan los conductores de la sensación y los de la emoción (…) El animal que somos es el que nos permite percibir la armonía que forma el universo y su organismo, somos como organizaciones musicales. La mano toca e investiga. Devenimos, somos animal en formación” (P. 75). 

Mas ese devenir supone la incompletud, el proyecto humano como algo siempre en curso desde tres factores: el miedo el hambre y el amor. El miedo se caracteriza culturalmente a la luz de los judíos y Moisés, desde el miedo religioso a la muerte y el miedo a jehová, que protegía al pueblo hebreo de sus enemigos. También el miedo a la muerte genera la idea de la resurrección en la religión cristiana (P. 40). Somos el animal más desamparado, por los terrores, por estar más allá de lo puramente animal e instintivo y ascender hacia lo humano y cultural, somos un ensayo. Y esto se conecta con pueblos determinados por natura a ser fuertes, en el desierto o las tierras hostiles.

De otro lado, el amor es fundamental en su relación con el hambre y el miedo, como una conducta que asciende desde lo instintivo hacia lo espiritual:

“El amor unía bajo un mismo techo a un hombre y una mujer, y el amor y el hambre unían bajo un mismo ciclo a las familias próximas por la sangre y por la configuración de la tierra. El hambre impulsaba a unos grupos a robar a los otros. Así, porque el hombre es amante y hambriento, apareció la familia y la nación, la organización política y todos los derechos. El hombre, al legislar, quiso amparar sus riquezas y defender su amor” (P. 40).

El despliegue de amor, miedo y hambre, conlleva el nacimiento de la creencia en dioses y en el diablo, los dioses suponen polos opuestos del obrar humano; el bien y el mal son proyecciones de lo humano, como tótems, espíritus y fetiches, hasta llegar al dios individualizado, que proviene de aquellos dioses vagos anteriores (P. 43).

Estas nociones suponen de una manera amplia la evolución humana y su historicidad; confrontan las concepciones metafísicas del cristianismo en su base mítica y simbólica, a través de la cual entiende su teología de lo humano y la moral social. El evolucionismo aún no era aceptado por la iglesia católica y su magisterio en Colombia. Apenas en esa época el sacerdote Teilhard de Chardin, paleontólogo jesuita, empezaba a comprender esa evolución y a integrarla con una idea del dios cristiano (10). Pero en la Colombia de los años veinte esto era motivo de escándalo.

La cultura y su debate formativo desde el ánimo

La cuestión del ánimo se proyecta en la cultura. Hay pueblos que tienen buen ánimo y son creativos, y otros que no tanto (P. 10). Esto refiere a un universo histórico de Colombia, que no sale bien librada respecto de esta interpretación:

“Es cierto que hay un estado de alma enfermizo, el estado colombiano, que consiste en estar obnubilado, metido en una idea como en una concha, en una idea religiosa. A esto se le llama fanatismo, se le ha dado un alcance inmenso, y bajo ese nombre algunos espíritus liberales de América (11) han tratado de clasificar los sentimientos juveniles: el entusiasmo, el amor, la afirmación imperiosa de su propio valor y del valor de su obra” (P.10)

El “problema de los pueblos” aparece iluminado por el concepto de la vieja que encontraron los caminantes, hay pueblos que se agotan, y González sigue a Nietzsche cuando éste hace la crítica del socratismo, para el caso de Grecia. (P. 10). En Colombia esta condición enfermiza proviene de la tradición católica enfatizada bajo la república conservadora, que ligó la religión a las políticas educativas del Estado: “En Colombia, desde 1886 no se sabe qué sea alegría fisiológica. Se ignora qué es euritmia” (P. 4).

La viaja moral que, bajo la égida de la Iglesia, cuida al súbdito o al ciudadano, para apartarlo del mal y llevarlo por la senda del bien, se refugia en diferentes nichos sociales, como el confesonario, que genera la introspección para que el ciudadano mire sus pecados como insectos (tema del diablo como maestro de psicología (P. 37). Tal forma de control por el sacerdote no termina ahí, pues el diablo sale al encuentro mismo de la cultura y se funde con ella. Colombia es el país del diablo, que amenaza en los libros que cuentan la vida de los santos (P. 35), con el peligro de lo femenino (P.35), y con el miedo, como emoción primaria de lo humano que se resuelve simbólicamente en la idea del demonio (P. 43), y en el miedo a la muerte. Los caminantes se encuentran con un funeral que deja sus rastros en las ensoñaciones nocturnas:

“El entierro de Aguadas nos hizo experimentar el terror a la muerte, porque allí no había sino un cadáver y un sepulturero” (P. 36). “En esa noche en que nos mirábamos por dentro, guiados por el miedo a la muerte, habíamos encontrado el origen del diablo (…) Por fin teníamos una idea solo nuestra” (P. 44).




Frente a la moral social que envuelve la cultura colombiana, el viaje a pie irrumpe para poner en escena el valor libertario del caminante que ironiza sobre aquella moral, en la misma medida en que pone en escena el erotismo, la belleza, la metáfora, la antropogénesis, y en suma, la autonomía ética y cognitiva, que es consciente de la necesidad de autoformarse, de ser disciplinado para centrarse en un área de conocimiento, y abrir desde allí la cultura más amplia del individuo, con las lecturas de la tradición y con la realización de la contención:

“Recogerse. Significa retraer todos los deseos, los tentáculos que ha sacado el fluido nervioso hacia el mundo exterior. Significa unificarse, aislarse con todo lo suyo en uno mismo. Significa evitar que el pensamiento se vaporice, que se dilate la voluntad. Significa comprimirse en un solo núcleo duro, egoísta. Nuestro joven practica este método durante el treinta por ciento de su tiempo. Y después, sale el pensamiento o el deseo, controlados por la voluntad metodizadora. Con una fuerza inverosímil” (P. 19). 

La censura frente a la formación filosófica

El libro fue prohibido por el arzobispo Manuel José Caycedo, el 30 de diciembre de 1929. En su resolución dice lo siguiente: “El libro del doctor Fernando González, Viaje a pie, está vetado por derecho natural y eclesiástico, y por tanto su lectura es prohibida bajo pecado mortal. El presente Decreto será leído en todas las iglesias y capillas de la ciudad arzobispal y publicado por la prensa para conocimiento de los fieles” (12). Sobre la confrontación del catolicismo, González dirá luego en su libro Los Negroides, lo siguiente:

“Yo, señores, fui el niño más suramericano. Crecí con los jesuitas; fui encarnación de inhibiciones y embolias; no fui nadie; vivía de lo ajeno: vivía con los Reverendos Padres. De ahí que la protesta naciera en mí y que llegara a ser el predicador de la personalidad. Mi vida ha estado dedicada a devolverles a los Reverendos Padres lo que me echaron encima; he vivido desnudándome. Desde entonces me encontré a mí mismo, el método emotivo, la teoría de la personalidad: que cada uno viva su experiencia y consuma sus instintos. La verdadera obra está en vivir nuestra vida, en manifestarnos, en auto-expresarnos” (13).  Y en otro pasaje afirma:

Pero no; no he querido decir mal del catolicismo; por lo demás, ha sido forma necesaria en el desarrollo de Europa; quizá podría decirse que condicionados por él aparecieron el positivismo y la civilización-máquina. Mi intención es expresar que Cristo es inagotable, que ha sido aplicado apenas en sus formas y doctrinas más superficiales. El verdadero cristianismo es esotérico. Hasta hoy se ha usado de Cristo únicamente para el imperialismo romano (14).

Predicar la personalidad es el antecedente existencial y reflexivo de la prohibición del arzobispo que invoca ideológicamente dos armas jurídicas de la Iglesia: el derecho natural y eclesiástico, que bajo el amparo de una teología defensora del poder clerical imperó en Colombia durante cuatro siglos. Según el filósofo colombiano Daniel Herrera Restrepo, el Orbe cristiano, heredero del Orbe romano, logró durante milenio y medio, recoger la pretensión de Roma de reunir bajo su mando a todos los pueblos conocidos de la tierra (o del Occidente), uniendo en su seno lo político y lo religioso, y esta idea de dominio, aunque sufrió debates y obstáculos (15), evolucionó indicando que sólo debía existir ese Orbe cristiano, para someter al infiel (16). El descubrimiento de América impulsó con éxito la pretensión de continuar con ese proyecto, y entonces nació el patronato (17), la unión entre el Papa y la corona española, que permitió un intercambio de atribuciones entre la religión y la política, en el desempeño de conquistar y colonizar nuestro territorio.

Este antecedente histórico refiere al problema de la formación y la enseñanza de la filosofía, pero no exclusivamente de esta disciplina teórica, sino de la educación del súbdito o del ciudadano, según el caso, en la Colombia de la Colonia y de la República. Y el libro de Fernando González lo ilustra de manera brillante, pues pone en escena de forma vivencial y reflexiva la confrontación entre una modernidad balbuciente y la tradición colonial. Sólo con muchas dificultades los colombianos hemos transitado relativamente a crear un ambiente social y cultural en dirección de una educación crítica y emancipativa.

Las anteriores consideraciones nos hacen pensar qué es la enseñanza de la filosofía. Diremos de forma breve que es la relación crítica y libertaria entre el maestro y el alumno, no para dictar una ortodoxia cualquiera, sino para orientar una tradición de la filosofía, y un debate permanente, a través del estudio riguroso de los textos, y del diálogo estimulante, de la intensificación de la autonomía de la mente, del cuerpo, y de la acción, ya que el filosofar tiene efectos prácticos en la vida social. Y en ello coincidimos con un pensador que, al igual que González, vivió la confrontación con la escuela: Estanislao Zuleta en un artículo sobre democracia y educación afirma Zuleta:  

“La adhesión a la democracia la logramos en lucha con nosotros mismos, contra nuestra formación arcaica, contra nuestros anhelos de seguridad, de dogma, de idealizar a alguien de tal manera que no nos quepan dudas, de despojarnos de la responsabilidad de la decisión y de la dificultad que implica el pensar por nosotros mismos” (18).

Y luego insiste en la necesidad del diálogo como esa actitud que se pone en el lugar del otro, para saber cómo podemos hablarle y qué impresión le va a dar lo que vamos a decirle (P. 274). A continuación, haremos una aproximación a la idea de la triple mímesis, propuesta por el pensador francés Paul Ricoeur, en el empeño por adelantar la comunicación entre los dos pensadores europeos de la hermenéutica y nuestras tradiciones filosóficas y culturales.

2.2 La recepción del concepto ricoeuriano de la triple mímesis por Jaime Rubio Angulo




En el ensayo titulado “El trabajo del símbolo” (1993-1999) (19),  Jaime Rubio (1949-2005) hace una presentación de la propuesta hermenéutica de Paul Ricoeur, a partir de los libros La Metáfora viva y Tiempo y Narración, y culmina con un planteamiento sobre la necesidad de comprender América Latina desde la tradición, y en el contexto de las indicaciones de una inteligencia e identidad narrativa (P. 47). Vamos a resumir algunos aspectos de este ensayo con la tarea de continuar en nuestra intención en resaltar contribuciones importantes para la enseñanza y la formación filosófica.

En el segundo libro mencionado de Ricoeur, se desarrolla la cuestión de la triple mímesis, y Rubio la ilustra explicando que la mímesis I refiere a la precompresión de la acción humana, que está determinada por estructuras inteligibles, simbólicas y temporales. Entonces enlaza el aporte de Gadamer con el de Ricoeur (P.36), pues, como ya vimos, el valor del prejuicio y la tradición es un confín que está integrado a nuestra vida cotidiana y nuestras valoraciones, en el eje temporal de pasado, presente y futuro. La novedad con el pensador francés, estribaría en el carácter eminente simbólico, y de elaboración inteligible, que nos traspasa social y culturalmente de infinitas formas, y que por supuesto no es un logos discursivo sino un dominio de valores y pre-comprensiones en el que estamos inmersos. El simbolismo implica un doble sentido, como explica Ricoeur a propósito del psicoanálisis (20), y por tanto en el símbolo hay una profundidad semántica, ética y política que se da en evidencias y al mismo tiempo en enigmas. Un ejemplo lo tenemos a partir de la exposición que hicimos sobre la pedagogía católica y su reacción crítica en Viaje a pie. Allí esa pedagogía y teología del catolicismo, proviene de una vieja tradición con toda su carga simbólica, pero está reelaborada por la ironía y el argumento de González, en un texto filosófico y artístico de carácter narrativo que interpreta y lleva el símbolo más allá de sus premisas ortodoxas (21).

La mímesis I conduce a la mímesis II, concebida por Ricoeur desde la poética aristotélica, y la noción del mythos, como la disposición de los hechos representativos que hacen referencia a una realidad, en este caso, a las referencias proporcionadas por la mímesis I. El drama, o el relato, organiza los hechos que constituyen la acción humana, para darles un significado revelador, desde los posibles resortes de la trama y su disposición. Y frente a los que piensan que esa representación es una simple copia, nos ilustra Rubio a la luz de una citación de Gadamer en Verdad y Método: 

“La “desaparición” de la preferencia inmediata a la realidad, para la que el sentido lingüístico inglés, de pensamiento marcadamente nominalista, tiene la significativa expresión ficción, no es en realidad una carencia, no es un debilitamiento de la inmediatez de una acción lingüística, sino que representa, por el contrario, su realización eminente” (P. 37).

Es decir, la ficción presenta enigmas en sus elaboraciones, los cuales apuntan hacia novedades de significación (P. 37), en la ordenación de las apariencias, y precisamente por eso ellas se suceden como simbolismos que esconden diferentes acepciones. El hermeneuta ha de leer con rigor el relato, siguiendo sus leyes en el círculo hermenéutico de su lectura, para buscar y validar los posibles significados que propone como lector de la obra en cuestión.

Y con ello entramos en la mímesis III, que corresponde a la lectura. Rubio señala que esta etapa refiere a lo que Gadamer denomina “aplicación”. El pensador alemán la desarrolla desde una idea de Aristóteles: de un lado la tragedia genera un placer, pero se efectúa fuera de ella. Placer como lugar de la aplicación, que, a su vez, tiene consecuencias éticas y formativas (22) porque al pensar en la obra que ha desencadenado el gusto de lo estético, está en juego el enigma simbólico que proviene de la mímesis II. Desde Gadamer, escribe Rubio, la aplicación es una relación entre la generalidad y la concreción, aquella definida por nuestros valores, pensamientos y acción en el mundo de la vida, y ésta, como una particularidad que, por acción de la trama novelesca o fímica, remite significativamente, y como ficción creadora, a aquella. Todo ello, sería entonces la intersección del mundo del texto con el mundo del autor (P. 38). La problemática del texto y su mundo, es un aporte del pensador francés frente a la hermenéutica romántica que consideraba que el lector se enfrenta con el autor en persona. No, el lector se entrega a un mundo del texto desde su propio mundo, para enriquecer precisamente su mundaneidad.  (P. 38).

He querido centrarme sólo en este tema, entre otras cuestiones abordadas por Rubio, en un ensayo del autor que tiene una extensión considerable, y ahora pongo el acento en la manera como culmina. En el último apartado propone la idea de una identidad narrativa de América Latina, desde una sugerencia del escritor mexicano Carlos Fuentes. La hermenéutica sería una buena forma de comprensión, cuando se acerca a la inteligencia narrativa, en el empeño de comprender la vida en comunidad (P. 47), y esta tarea debe ser comprobada y realizada. Fuentes lo cifra en la novela hispanoamericana, que supone y exige a la vez, expresar “lo que la historia ha callado”, dando “voz a cuatro siglos de lenguaje secuestrado, marginal y desconocido” (P. 48). y, por tanto, esa novelística podría ser una nueva fundación de lenguaje, contra la fundación feudal de nuestra cultura (P. 48). Con ello la novela latinoamericana se hace cargo de una dimensión ética y estética, en la empresa de recrear históricamente, y en el diálogo entre tradición y novedad, nuestra identidad latinoamericana.

Jaime Rubio fue unos de los primeros conocedores de la hermenéutica en nuestro país, en un momento histórico donde los intelectuales estaban interesados en otros rumbos del pensamiento europeo, como el marxismo y la teoría crítica. Exaltamos sus aportes con este breve comentario. Tomaré ahora unos criterios de Estanislao Zuleta, a propósito de la lectura, y de la distinción gadameriana entre Ilustración y Romanticismo.

2.3 Estanislao Zuleta: La lectura, Ilustración y Romanticismo




Fernando González fue mentor de Estanislao Zuleta (1935-1990) y amigo de su padre, a quien le escribió unas cartas que luego publicó luego de ser expulsado del consulado de Marsella en 1934, por haber escrito críticas al gobierno de Benito Mussolini. Como él, Zuleta también fue un espíritu rebelde, y en su juventud decidió no seguir matriculado en el colegio debido a los constantes conflictos con los educadores, para convertirse en un autodidacta y un gran lector.

Una de sus lecciones refiere al valor cognitivo de la lectura, que en su concepción nos ofrece una cercanía con el círculo hermenéutico: la lectura es un trabajo que debe descubrir los códigos que la escritura impone en su estructura y desarrollo, y por tanto el lector debe ser un curioso que descubre con rigor la ley de esa escritura, hacia los significados que propone, pero a su vez, esa lectura depende de la actitud del lector, que, para Zuleta, debiera estar ligada a la escritura. Pues al escribir sobre lo leído se proyecta con fuerza toda la posibilidad de novedad y de interpretación. Entre la lectura y la escritura hay una mediación fundamental: el lector busca algo, tiene preguntas, intenciones conscientes o inconscientes, y es muy probable que dichas intenciones, por ser muchas veces inconscientes, salgan a la luz y se hagan realidad en el proceso de leer yescribir (23). Esto se asemeja a los prejuicios y la tradición, que fundamenta Gadamer, pero ahora Zuleta las sitúa en el terreno del psicoanálisis, y entonces pone en juego un patrimonio que en parte es consciente y en parte inconsciente, y que nos soporta y determina. Resuena también el doble sentido del símbolo postulado por Ricoeur en su lectura de Freud.

Desde estos presupuestos, consideramos que el trabajo de lectura y escritura es para nosotros un trabajo que argumenta y busca hacer conscientes sus presuposiciones, en la necesidad de esclarecer con su crítica los significados que nos abren la tradición, los mitos, las creencias y los valores. Y no lo hace para validar a secas dichas tradiciones, que también sería valedero desde una concepción conservadora, sino para encontrar en su indagación los posibles signos históricos de la emancipación humana, siempre en movimiento y transformación, y siempre en peligro ante la dialéctica de las fuerzas en conflicto, de naciones, clases, culturas y poderes económicos. Entendemos con todo ello, que estamos instalados en un logos que tiene algo de mito, porque seguimos creyendo en la emancipación humana, en la justicia y la libertad. Dicho esto, resaltamos a continuación varios aspectos del pensamiento de Zuleta sobre el romanticismo, que se desprenden de estas premisas de lectura y escritura.

Romanticismo y Psicoanálisis




La relación entre romanticismo y psicoanálisis, la sitúa el pensador colombiano desde el debate del movimiento romántico con la racionalidad de la Ilustración en Europa. Se trata de la validación del mito y la religión por losrimánticos (24). La validación del mito y la religión nos conduce al pensamiento de Freud, explica Zuleta, hacia el desocultamiento del inconsciente, patente en la cultura colectiva y en el individuo:

“El inconsciente es una capacidad de captación y de formulación que excede en mucho del nivel de la conciencia, no es, como en algunas filosofía o psicologías, una zona marginal y, digámoslo así, oscura, entre lo físico y lo orgánico y lo psíquico. La conciencia se tiene que proteger de un exceso de saber, de un exceso de captación, de un exceso de recuerdo, de un exceso de comprensión, porque si no, la angustia haría sentir la multiplicidad de las tendencias y pondría en cuestión la unidad del ser” (P. 144) (25).




El romanticismo descubre y afirma ese poder del inconsciente, y una forma de alentarlo es afirmar la dimensión mitológica de la vida. (P. 145).  El desocultamiento es, de una parte, aquel descubrimiento que termina por afirmar los valores de una tradición mítica y creyente. Pero igualmente supone un diálogo con el logos, el cual toma consciencia del poder de lo inconsciente en la historia y en su propio desenvolvimiento. Y, por tanto, ese logos tiene el deber de elucidar la dialéctica histórica desplegada en su relación con el mito. En su ensayo escribe Zuleta sobre la religión:

“En la modernidad de lo que se trata ya no es de refutar (como sería desde el racionalismo ilustrado. Nota nuestra), sino de interpretar, esto se ve en los grandes intérpretes como Marx y Nietzsche, ambos muy combativos con la religión, pero su posición ya no es ni mucho menos la de los racionalistas” (P. 145). (26)

Ahora bien, si hay que interpretar la creencia religiosa y mítica desde la modernidad, aventuramos dos apreciaciones: Primero, que la crítica de la religión católica, que abordamos desde nuestro comentario sobre Viaje a pie, y que igualmente se desprende de la propuesta de Carlos Fuentes, debe ser adelantada en diversos frentes históricos, políticos y teológicos. Y con ello, encontramos motivos para descubrir los vínculos históricos entre poder y religión en Colombia y Latinoamérica, tal y como lo ilustramos anteriormente desde la contribución de Daniel Herrera. En segundo lugar, es importante distinguir las apropiaciones positivas del cristianismo en Colombia, algunos índices de esto serían la religiosidad popular que interioriza la creencia a su manera, la cual valida formas mágicas y analógicas frente a la religión oficial (27); y también las novedades teológicas que se han dado desde el Concilio Vaticano II, y la Teología de la Liberación, las cuales abren el campo de reafirmaciones singulares de la fe en Jesucristo. En el tránsito contemporáneo y moderno de un cristianismo que profundiza el valor de su fe, y al mismo tiempo cultiva la racionalidad filosófica, encontramos las enseñanzas del maestro Daniel Herrera Restrepo, que además de dar elementos existenciales de conciliación entre fe y razón, prolonga con sus meditaciones la importancia de pensar filosófico latinoamericano.    .

2.4 Daniel Herrera: La superación del Orbe cristiano, hacia la valoración de la fe en Cristo y la idea de una razón latinoamericana.




Anteriormente ilustramos aspectos del ensayo de Daniel Herrera Restrepo (1930-2017) titulado “La idea del orbe cristiano y la conquista de América” (28), un lúcido análisis histórico y crítico que da cuenta de la estrecha relación entre el poder y la iglesia católica en Europa y América. Esta aproximación la hicimos a propósito de la crítica a la enseñanza escolástica realizada por Fernando González y a la respuesta censuradora del arzobispo de Medellín. Nos interesa ahora el problema de la relación posible entre creencia y racionalidad filosófica en el marco de nuestra modernidad. Y posteriormente, la demanda de Herrera sobre una crítica de la razón latinoamericana.

Pensar el mito desde la modernidad es una exigencia que genera nuevas tentativas comprensivas. Desde la actitud de una hermenéutica que afirma epistemológica y ontológicamente el valor del prejuicio, advertimos que el mito es una experiencia que no remite necesariamente a la prueba de la razón (sea esta científica o filosófica), porque se cifra en una creencia que, en su validez y fuerza para un colectivo o un sujeto, afirma una fe en un ser superior, o en una persona divina. Y decimos experiencia, porque esa fe se proyecta en acciones éticas, políticas y existenciales de una comunidad o de la persona. Es fuente y desarrollo de discursos racionales y prácticas que se originan y rigen por la fe.

Daniel Herrera encarna en su vida un ejemplo de esta concepción. Y lo hace desde la necesaria duda del filósofo, que sabe de la importancia crítica del cuestionamiento racional (P. 76-80) (28). Pero al mismo tiempo encuentra una continuidad entre aquel cuestionamiento y la actitud personal y existencial de la fe que cree en la Resurrección de Cristo; y esto solo se da a través de una tarea permanente del sujeto que sigue a Cristo, desde su travesía personal por la vida (29).

Esa travesía tiene todas las dificultades que entraña la existencia, y se recorre porque el origen que es la fe lleva a la persona a construir y vivir socialmente unos valores éticos y políticos. Entonces la realización de esos valores, puede y debe tener una continuidad con la racionalidad y su curso histórico. Por eso Herrera escribe que la democracia exige la secularización, para adelantar la tarea de formar críticamente al ciudadano en una cultura verdaderamente participativa (P.115). Fe y razón conviven en esta actitud, y se retroalimentan en la fuerza de la fe y en su consolidación por parte de la secularización, en el seno de la vida personal y colectiva. Este planteamiento podría ser ecuménico, aunque Herrera no lo diga textualmente. Supone la afirmación de los aspectos capitales de su fe, y se resuelve en una crítica razonada de la opresión, tal y como lo encontramos en diversos textos del autor (30).

Expuesto este punto, abordamos la cuestión de la posibilidad de una crítica de la razón latinoamericana que dialoga con Europa. En su artículo titulado “Sobre la posibilidad de una filosofía latinoamericana” (31), Herrera pide realizar una crítica de la “razón” latinoamericana.  En ese camino el pensador colombiano parte del supuesto de que existe una unidad en el ser, pensar y crear latinoamericano (P. 211), lo cual permitiría diferenciar el logos latinoamericano del logos europeo.  Entonces nos recuerda el origen de Europa en Grecia, y dos hitos de su desarrollo, Descartes y Hegel, con los cuales el hombre dejó de ser de carne y hueso para ser visto como razón. Al llevar su planteamiento más lejos, en la evidencia de que nosotros, latinoamericanos, vivimos en el logos occidental (N de 212), pero también compartimos una dimensión histórica y existencial, que no cabe en aquel logos, entonces surge una interrogación para el lector:

“¿Acaso nuestro ser integral no entra en relación y contacto con la realidad a través de dimensiones como lo corporal, lo emotivo, lo intuicional, lo estético, lo mítico, y lo subconsciente? ¿Acaso no es a partir de ese contacto que tenemos nuestra propia visión del mundo? ¿Acaso no es a partir de esta visión del mundo que justificamos nuestros comportamientos?  ¿Acaso nuestro verdadero mundo no es el mítico mundo de Macondo, el fatalista mundo de la “vida profunda” de Barba Jacob, el mundo subconsciente que alimentó el idilio de Efraín y María de Jorge Isaac, el mundo experimentado y expresado artísticamente por Fernando Botero, en cuyos personajes se diluye el clásico dualismo del ser y el aparecer? ¿ Acaso nuestro mundo no es el mundo expresado por Fernando González a partir del método intuitivo?” (P. 212-213).

Sobre este pasaje tenemos una reserva. Al inicio de sus interrogantes Herrera anota una serie de nociones que para nosotros implicarían una consideración gnoseológica dentro de la psicología, la filosofía o la antropología, y que son susceptibles de pensarse bajo generalidad conceptual (lo corporal, lo emotivo, etc.), y por la tanto existen sus expresiones en diversas latitudes del orbe, y se ofrecen en el Occidente europeo o en Latinoamérica con sus posibles particularidades. Pero él parece referirlas exclusivamente a nuestro entorno (32). Dejemos de lado esta objeción y pongamos en claro la continuación de la interrogación del maestro sobre Latinoamérica.

Estamos de acuerdo con Herrera. Son esos artistas, y muchos otros, en diferentes fases de nuestra historia, que se pueden poner como ejemplo; y no son sólo los creadores de arte como “obra”; también son los saberes indígenas y la cultura afro, que hoy tienen un liderazgo en la presencia nacional de algunos países latinoamericanos, y se proyectan desde cosmovisiones y agendas políticas. Y resaltamos que en su interrogación Herrera diga “mundo de Macondo”, etc. Pues la palabra mundo es muy acertada para indicar la cuestión más allá de la visión de un individuo, y ponerla más bien en la relación germinativa entre el creador y su cultura.

En el camino de concluir su artículo, el autor pide a la luz de esa riqueza espiritual, que se adelante una “crítica de la razón latinoamericana”, y esta conclusión implica, como lo dijimos anteriormente, la necesidad histórica de pensar a Latinoamérica, desde la relación de diferenciación y afinidad entre el mito y el logos, como categorías generales, que son susceptibles de desarrollarse conceptualmente, con atención a la tradición filosófica, antropológica, literaria, artística o cultural; pero igualmente, en la misma medida, como categorías que se desarrollan concretamente en lugares y tiempos, en culturas que enraízan en América Latina de una forma diversa, y que conviven en conflicto o en paz con los estados nacionales y con el orbe global. La crítica de la razón latinoamericana, aunaría en un mismo haz epistemológico a las tradiciones filosóficas de Occidente y a las tradiciones culturales latinoamericanas. Quizás esta ponencia apunta a ese presupuesto, desde mi diálogo con pensadores europeos, y en mi recepción de pensadores y artistas y culturas latinoamericanas. Y, dentro de ese horizonte, haremos las distinciones necesarias, sobre cultura europea o latinoamericana.

Finalmente, en el ensayo “La democracia: una verdad y un valor ético en construcción” (33) Herrera afirma que la democracia es un legado de Grecia, heredado y desarrollado por el Occidente, y que han adoptado pueblos de otras culturas, entonces recuerda un aserto del fundador de la fenomenología: “Como decía Husserl: no es el Occidente el que se orientaliza, sino el Oriente el que se occidentaliza” (P. 92), y a continuación rechaza el dogmatismo que obstaculiza el progreso de la democracia. Creemos que esta referencia del pensador colombiano sobre Husserl debe ser trascendida, y para ello reseñamos la contribución otro filósofo colombiano: Guillermo Hoyos.

2.5 Guillermo Hoyos: Límites de la fenomenología y multiculturalismo




La anterior conclusión nos lleva a una última consideración a partir de una contribución de Guillermo Hoyos (1935-2013). En su ensayo “Fenomenología y multiculturalismo” (34) escribe que la fenomenología tiene unos alcances y unos límites, y desde esta premisa expone el problema de la multiculturalidad y la globalización. Advierte Hoyos que Husserl era consciente de la ingenuidad de cada cultura de considerase a sí misma como autosuficiente y autocomplaciente, en sus valores frente a las otras culturas (P. 366). Pero al mismo tiempo, el fundador de la fenomenología era consciente de la crisis de la cultura occidental, y por ello buscó la comprensión de la génesis de la multiculturalidad. Para ilustrar esa crisis Hoyos pone el ejemplo de Heidegger, quien expresa en una carta dirigida a una madre su tristeza por la muerte de su hijo, que era uno de sus alumnos, en la guerra de Alemania con la URSS, lo cual delata la secreta autocomplacencia de Heidegger en su cultura alemana.

La búsqueda de la génesis multicultural, por parte de Husserl, estriba en su concepción de la intersubjetividad:

“Si para dar razón del otro tengo que terminar por aceptar que mi experiencia originaria como génesis de sentido solo se da en mi actividad constituyente de mundo, de los otros y de otras culturas, de la misma forma tengo que aceptar que mi propia cultura, a la que pertenezco, tiene sus raíces en la “generatividad” (…) en la que se dan genéticamente las tradiciones” (368).

Pero dicha generatividad sólo puede ser apropiada desde la pertenencia a una cultura determinada. La cuestión tiene una exigencia fundamental para la historicidad de la comprensión. Esto supondría una gran tarea histórica y filosófica. Recordemos la intención de Husserl: pensar la crisis de la cultura occidental. Y no es casual que estas indagaciones sean presentadas en víspera de la Segunda Guerra Mundial, cuando las potencias europeas se enfrentaron por segunda vez por el dominio del mundo, dando paso con ello a la polarización posterior entre la URSS y los EE.UU. Al analizar los argumentos de Husserl, Hoyos cuestiona que aquel, consciente de la tarea, la desconozca, pues pretende que el mundo ha de occidentalizarse, dado que la cultura occidental daría al orbe un ejemplo modelador. No es posible que un europeo se indianice, pero si lo es que un hindú se europeíce:

“Y aquí está el error de Husserl, último filósofo del idealismo, quien en su esfuerzo por conservar la razón moderna anticipa el resultado de un posible entrecruzamiento de las diversas culturas en el proceso de reflexión, y propone a “Europa” como paradigma de racionalidad” (P. 369).

A partir de este cuestionamiento Hoyos entra a considerar grandes temas como la globalización, la identidad de Latinoamérica, abordada por diversos autores desde el siglo XVIII, y el multiculturalismo, como una realidad que abre el espacio social e histórico en el que interactúan todas las culturas desde su identidad y desde el reconocimiento de la diversidad. Y para ello invoca la necesidad de la autoreflexión, el diálogo, la crítica, la política y el derecho, desde el hecho de que cada cultura tiene un mito que cultiva en su cotidianidad  (P. 369-370).

El espacio común de estas problemáticas los cifra el pensador colombiano en la comunicación, atendiendo a su lectura de Habermas,  y desde referencias a pensadores como Horacio Cerutti, Raúl Fornet-Betancourt, Luis Villoro, entre otros, y a los economistas Luis Jorge Garay y Amartya Sen. Voy a resumir esquemáticamente algunas premisas claves de la problemática del multiculturalismo según nuestro autor:

1 En el espacio del multiculturalismo interactúan las culturas desde sus identidades. Esto puede darse partiendo de la relación de las culturas indígenas y afros y el Estado, entendido este último como multinacional. Esta premisa no es una mala utopía (P:371-372).

2 Más allá de una globalización unilateral en beneficio de los mercados y los poderes internacionales, ésta puede ser aprovechada para el despliegue del multiculturalismo, hacia la realización utopía de la convivencia humana (373) (35).

3 Esta perspectiva de lo multicultural supone una gran apertura comunicativa, dirigida hacia la información, la crítica, la ciencia, la técnica y la cultura, para globalizar la solidaridad. La economía es crucial en este precepto, y el economista Amartya Sen da buenas claves para actuar sobre lo económico desde la integridad humana. (P. 373-374).

4 Si la filosofía es conciencia de la historia, hay que describir el darse del mundo, no por un sujeto privilegiado, sino por los muchos en su actuar cotidiano y en la conversación y el diálogo. Por esto, la filosofía es a posteriori, busca abrir caminos alternativos y retomando el pensamiento latinoamericano desde sus inicios (P. 375).

5 Todo lo anterior supone un proyecto educativo y cultural dirigido al ciudadano, que no se reduce a transmitir información, sino a desmontar dogmatismos y reconstruir las luchas interculturales por el reconocimiento (P.388).

Estas premisas tomadas del ensayo de Hoyos nos dan nuevos argumentos para concluir e hilar, en el presente y el futuro, la historicidad de la comprensión, la formación filosófica y ciudadana, y las posibles emancipaciones de culturas y artes diversas, desde nuestro diálogo con los pensadores europeos de la hermenéutica y los pensadores colombianos.

 

NOTAS

1 El programa de filosofía de la Universidad del Cauca incluye un área para el pensamiento latinoamericano y colombiano, lo cual es muy importante como diferencia con otros programas del país. Y además de esto, existe en nuestra Alma Mater un doctorado en Ciencias Humanas, que tiene un enfoque fenomenológico y hermenéutico, y se ubica en una posibilidad de pensar a Hispanoamérica, en la relación entre ciencias humanas y sociales y filosofía.

 

2 Verdad y Método. Ed. Sígueme. Salamanca. 1995.

 

3 Y entonces, con Marx podemos confirmar la siguiente visión: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y transmite el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. Carlos Marx. El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Editorial La Oveja Negra. Medellín. 1974. P. 23.

4 Editado por Corporación Fernando González - Otraparte. Medellín 2002.

 

5 El historiador Mauricio Archila analiza las tres primeras décadas del siglo, y en un pasaje anota lo siguiente: “El país se había asomado al problema central de la modernidad y muchos sectores sociales estaban dispuestos a hablar y hacerse escuchar. Al abrigo del proceso de modernización vivido por Colombia, se crearon condiciones para una mejor comprensión de la sociedad y del papel que los sujetos y las clases sociales juegan en ella”. “Colombia 1900-1930: la búsqueda de la modernización”. P.354. En Las mujeres en la historia de Colombia. Norma. Presidencia de la República. Tomo II. 1995.

 

6 “Los educadores deben hacer nacer o renacer la fe en las fuerzas propias.” (P. 8). Se puede decir que hay una propuesta sobre cómo formarse y educarse, que se desprende de todo el argumento del libro, y de pensar desde el viaje, caminando, junto con Benjamín, su amigo exjesuita, por las montañas del oriente de Medellín, y luego hacia el norte, hasta llegar a Cali en un tren. Para finalmente viajar a Buenaventura y contemplar el océano pacífico.

 

Las “ideas generales” corresponden al ejercicio teórico de la filosofía, que en este caso es la escolástica impartida en las escuelas dirigidas por el clero, y que sirvieron para educar en la concepción católica del mundo: metafísica, teología, antropología y moral, serían capítulos de esas ideas generales. González hace burla de las “ideas generales” de diferentes maneras para confrontarlas con su propuesta formativa:

“Colombia es el país de las ideas generales (…) Desde que la democracia inventó la educación pública, gratuita, ha llegado a ser espantosa la prostitución de las ideas generales. Nosotros las hemos visto entrar en las zapaterías, en las carnicerías” (P. 32).

Las “ideas generales” se habrían difundido en todas partes, serían omnipresentes, infundiendo valores en todos los ciudadanos. Desde la metafísica católica: “El hombre de ideas generales, como nosotros, goza de todos los aspectos, pero con la desventaja de la disminución de cada uno de ellos” (P. 5), pero su recepción se convierte en algo inútil, en desmedro de la autonomía personal: “A medida que crece nuestra pobreza vital, aumenta nuestra moralidad y nuestro apego a los prejuicios y al valle en donde el Negro Cano comercia con las ideas generales” (P. 11).

7 Esto es un horizonte de libertad, como resultado de la emergencia de una vida moderna capitalista que todavía es conservadora en un sentido fuerte, pero que tiene su dialéctica tortuosa y muy conflictiva hacia formas nuevas de libertad, en el espacio de lo personal y también de lo social, cultural y político; y por eso se puede ver una conexión significativa con la vida y obra de María Cano y Débora Arango, Remito a mis análisis sobre las dos mujeres, en Anuario Colombiano de Fenomenología Volumen IV: “Revelaciones mundanas sobre la pintura de Débora Arango”. Y en el libro Cine colombiano, estética modernidad y cultura, sobre María cano. Universidad del Cauca. Popayán, 2013.

 

8 Es patente la influencia de Nietzsche, y González refiere a la filosofía idealista alemana con ironía, también conoce la escolástica que le transmitieron los jesuitas y la explicita de forma crítica e irónica. Cita o refiere, la mayoría de las veces con brevedad que integra su escritura y pensamiento irónico, a Linneo, la Biblia, D´Annunzio, la filosofía alemana, Kant, Stendhal, Víctor Hugo, Rojas Garrido, Rafael Núñez, San Francisco, Spinoza, da Vinci, Jesucristo, Sócrates, Shakespeare, Solón, Licurgo, Emerson, León XIII, Raimundo Lulio, Bacon de Verulamio, Robespierre, y Buda.

 

9 Puede asociarse su pensamiento al vitalismo de Nietzsche, o también al materialismo de Marx y de Freud, en tanto que, en su debate con la metafísica cristiana, González busca caminos históricos y reflexivos para reconstruir y afirmar efectos y causas primarias y constitutivas, que subyacen a aquellas de la conciencia, la moral y la razón pura.

 

10 Las concepciones de Chardin (1891 – 1955) sobre la evolución del universo y el hombre, que buscan una conciliación entre la teología católica y la ciencia, fueron rechazadas por la iglesia romana en varias ocasiones. En 1958 el Santo Oficio ordenó retirar de las bibliotecas los libros del jesuita. La congregación del Santo Oficio, bajo Juan XXIII, cuestionó su pensamiento y lo consideró un peligro para la juventud. Sólo en el pontificado de Juan Pablo II (1920-2005) se reivindicó a Darwin, luego de un trayecto importante del siglo XX y de nuevas doctrinas de varios concilios católicos. Finalmente, en 1987 el cardenal Ratzinger validó este pensamiento. Tomado de Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Pierre_Teilhard_de_Chardin

11 González admiraba al político José María Velasco Ibarra, con quien tuvo amistad.

 

12 En: https://www.elespectador.com/el-magazin-cultural/bajo-pecado-mortal-article/

 

13 Ibid. P. 3.

 

14 Los Negroides. Corporación Fernando González - Otraparte. Medellín. 2002. Pg. 22

 

15 Uno de ellos, fue el surgimiento de estados nacionales en diferentes países de Europa, que disputaron el poder al Papa, pero estos países también emprendieron empresas misioneras del cristianismo protestante.

 

16 En el artículo titulado “La idea del Orbe cristiano y la conquista de América”, Daniel Herrera Restrepo explica su desarrollo, y los aportes teológicos y debates que legitimaron el dominio del cristianismo sobre América Latina. Hacia el final del texto escribe Herrera que los papas del Renacimiento no tenían como objetivo la propagación de la fe, sino el poder, pero que también misioneros como Bartolomé de las Casas, Francisco de Vitoria, Francisco Suarez, y otros, pensaron sobre las legitimaciones del poder, concluyendo que, desde el mismo derecho natural, que invocó en 1930 el arzobispo Caycedo, era imposible declarar guerra a los paganos e idólatras, como efectivamente ocurrió. Pues la fe cristiana debía ser inculcada no desde la amenaza, sino desde la conversión del corazón. En todo caso, la conversión del corazón de poco sirvió.  Ps. 225-226.  Texto publicado en Por los senderos del filosofar. Editado por la Universidad de san Buenaventura. Bogotá. 2009. Ps.  215- 226

 

17 “Para comprender la pugna del siglo XIX (Colombia. Nota nuestra) es preciso ubicar el papel de la Iglesia católica dentro del Estado colonial. En América, las relaciones entre la Iglesia católica y el Estado (el Rey), se regían por el Patronato. Este consistía en una serie de prerrogativas otorgadas por el Papa a los Reyes de España. En lo referente a nombramientos de obispos y curas, a ciertos tributos, a la erección de diócesis y parroquias, etc. (…) Así los reyes quedaban constituidos en patronos con obligación de sostener el culto, y los clérigos eran funcionarios del poder real”. Álvaro Tirado Mejía. “El Estado y la política en el siglo XIX”. En Manual de historia de Colombia.  Tomo II. Instituto Colombiano de Cultura. Bogotá. 1982. P. 354.

 

18 “La participación democrática y su relación con la educación” P. 271. En Colombia: violencia, democracia y derechos humanos. Editado y prologado por Fabio Giraldo Isaza. por. Pdf.

 

19 En La Hermenéutica. Una aproximación necesaria desde la educación. Varios autores. Ed. Dimensión Educativa. Bogotá 1999. El ensayo de Jaime Rubio, que aparece en esta edición, fue tomado de la revista Universitas Philosophica. Universidad Javeriana. Bogotá. Volumen 3. Número 5. Diciembre de 1985.

 

20 “Diré que hay símbolo allí donde la expresión lingüística se presta por su doble sentido o sus sentidos múltiples a un trabajo de interpretación. Lo que suscita este trabajo es una estructura intencional que no consiste en la relación del sentido con la cosa, sino de una arquitectura del sentido, en una relación de sentido a sentido, del sentido segundo con el primero, sea o no una relación de analogía, sea que el sentido primero disimule o revele al segundo”.  Freud: una interpretación de la cultura.  Siglo XXI. México. 1975. P. 19-20.

 

21 Las “ideas generales”, el diablo, la confesión y el confesonario, Afrodita, entre otras ideas y conceptos, están elaborados hermenéuticamente por González, básicamente como símbolos, como “arquitectura de sentidos”.

 

22 En su libro Historia personal del boom, José Donoso confirma la visión de Carlos Fuentes y da testimonio de la novedad literaria entre los años cincuenta y sesenta del siglo veinte: “Me parece que nada ha enriquecido tanto a mi generación como esta falta de padres literarios propios. Nos dio una gran libertad (…) La contaminación deformante con literaturas y lenguas extranjeras, el contacto con otras formas y otras artes como el cine y la pintura o la poesía, la inclusión de múltiples dialectos y jergas y manierismos de grupos sociales o capillas especializadas, el aceptar los requerimientos de lo fantástico, de lo subjetivo, de lo marginado, de la emoción, hizo que la novela nueva tomar por asalto las fronteras o las ignorara, saliéndose del ámbito parroquial. Editorial Andrés Bello. Santiago de Chile. 1971. P.23.

 

23 Sobre la lectura. Pdf, bajado de Internet

 

24 “Sobre la lectura”, texto en pdf, bajado de Internet.

 

25 La estética romántica se caracteriza por “la proclamación de la espontaneidad, el retorno del pasado y su oposición al mercado, a la moda, a la búsqueda del éxito (…) también se exploran los sueños, el chiste, el folclor y la infancia. P. 141. “Romanticismo y Psicoanálisis”. en Arte y Filosofía. Estanislao Zuleta. Hombre Nuevo Editores. Medellín. 2010. 

 

26 “Romanticismo y psicoanálisis”. En Arte y filosofía.  Hombre Nuevo Editores. Medellín. 2010.

 

27 Un ejemplo de esto es la adoración al santo Ecce-Homo en la ciudad de Popayán, y su festividad celebrada el primero de mayo, día del trabajo. Fiesta atravesada por la magia y el animismo del pueblo trabajador y artesano, y también inscrita, desde su nacimiento, en las contradicciones políticas y sociales entre liberalismo y conservatismo, a mediados del siglo XX.

 

28 En Por los senderos del filosofar. Compiladores y editores: Clara Inés Jaramillo y Miguel Ángel Villamil. Universidad de san Buenaventura. Bogotá.  2009, P. 215-226

 

29 “El intelectual creyente encuentra la duda, inclusive, en el dominio más íntimo, aquel en el cual él trata de explicarse a sí mismo o a otros su fe. (…) ¿Debemos entonces dudar? Sí, pero de lo que dudamos son de las explicaciones que se quieren dar de un logos, el logos moderno de la demostración que quiere justificarlo todo en términos de matemáticas y de instrumentalistas”. P. 79. “La fe vivida supera toda duda”. En La persona y el mundo de su experiencia. Facultad de Filosofía. Universidad de San Buenaventura. Bogotá. 2002. La duda refiere a las propias creencias del hombre de fe, a los dogmas y sentidos establecidos desde la misma tradición cristiana, que puede culminar en posiciones cómodas y consabidas, pero la duda también cubre a la idea de verdad positivista.

 

30 “Para expresar lo que está implicado en esta Resurrección, nos sentimos obligados a pensar, no en términos de objeto, sino en términos de acción, de vida, de una fe que quiere progresar (…) es a partir de una experiencia prácticamente incomunicable que ensayamos un discurso, no sobre el objeto inmortalidad, sino sobre el cómo de esa coherencia que se sigue por vía de consecuencia sobre el conjunto de nuestro destino”. Ibid. P. 81.

 

31 Esa continuidad la apreciamos en este pasaje: “Tenemos que abandonar la metafísica del ser para entregarnos de lleno a la formulación de una metafísica del “todavía- no- del- ser” desde la esperanza.  Tenemos que decirle al colombiano creyente -la mayoría de nosotros nos consideramos cristianos- que, si bien al nacer es un comenzar a morir poco a poco, como se expresaba san Agustín, la historia no es, sin embargo, un proceso de deterioro puesto que la ciudad de Dios es algo construible a partir de la fidelidad y fe en nosotros mismos desde la esperanza”. Ensayo: “Universidad, violencia y dignidad humana”. P. 131. En La persona y el mundo de su experiencia.

 

32 En Por los senderos del filosofar.

 

33 Pareciera que, en su escritura, el maestro Herrera redujera el logos europeo a la filosofía más típica de ese mundo, desde Grecia a Hegel, y pasando por Descartes. Pero él mismo sabe que la fenomenología de Husserl y de Merleau-Ponty abrieron una brecha en aquel racionalismo, y que los maestros de la sospecha, en los cuales él ve limitación, también nos aportan un pensamiento complejo frente al puro racionalismo. Herrera tiene reservas frente a Marx, Nietzsche y Freud, por su ateísmo. En todo caso consideramos que Nietzsche no rechaza la creencia en dioses, sino el hecho de que Occidente tiene un único dios, según él, en decadencia.

 

34 En: La persona y el mundo de su experiencia. Facultad de Filosofía. Ps.89-115.

 

35 Investigaciones fenomenológicas. Siglo del Hombre Editores. Bogotá. 2012.

 

Popayán

Octubre de 2024




                                               

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