sábado, 26 de febrero de 2011

El Ser-Del-Mundo en el Filme Mi Pie Izquierdo

Ponencia presentada al XV Foro Nacional de Filosofía
Universidad Pedagógica Nacional
Bogotá, Noviembre de 2005-11-16
Por Guillermo Pérez La Rotta
Universidad del Cauca

Palabras clave: Ser-del-mundo, Cuerpo, Existencia, Comportamiento, Intersubjetividad, Temporalidad.

Ser-del-mundo es una elaboración propuesta por Maurice Merleau-Ponty en su Fenomenología de la percepción, para descubrir al cuerpo como apertura de sentido hacia el mundo natural e intersubjetivo. El planteamiento surge en un debate con la objetivación que ciencias como la fisiología y la psicología han hecho del cuerpo y la psique, respondiendo prácticamente al dualismo cartesiano. 

Para iluminar el debate Merleau-Ponty aborda el problema del “miembro fantasma”, es decir, de la sensación que tienen los sujetos que han perdido un miembro y siguen sintiéndolo después, de una manera intermitente que se borrará parcialmente con el tiempo. Al comprender este problema se proponen varios desarrollos sobre el ser-del-mundo, que permiten evidenciar aquella elaboración en un sentido ontológico primordial. Las aportaciones teóricas nos permitirán hacer una interpretación del filme irlandés Mi pie izquierdo.

Ser-del-mundo como Comportamiento

El comportamiento es una condición propia de cualquier ser vivo, en tanto éste responde instintivamente a su medio de una forma creativa que se anticipa integralmente a las determinaciones provenientes de la realidad externa. Merleau-Ponty pone el ejemplo de un insecto que, al perder una pata, es capaz de sacar otra, creando ciertas condiciones frente a su problema vital de existir. Esta respuesta efectiva, en la que se compromete todo el ser del animal, se entiende desde la fenomenología propuesta por este autor, como un comportamiento. Implica trascender la consideración objetivante del organismo, que lo explica absolutamente en términos de procesos fisicoquímicos, o de reflejos que ocurren en “tercera persona”, para en cambio comprender todas las tareas orgánicas en una integración creativa en relación con el medio. Es desde este punto de vista que igualmente podemos superar la noción elemental de reflejo, como estímulo y respuesta localizados entre una célula y un centro receptor. En el nivel de la fisiología debemos reconocer la colaboración integral de tejidos, en complejas estructuras que colaboran en la creación de respuestas anticipatorias a los desafíos de la vida. Desde este enfoque fenomenológico, admitimos que los seres humanos compartimos con los animales esa disposición de comportamiento que hace crecer nuestra experiencia frente a las tareas que impone el mundo natural. Y la corporeidad se entiende como una estructura integrada en sus funciones y órganos, que permite generar complejas conductas. Dichas conductas inducen progresivamente la permanencia de un individuo atento a su medio, miembro de una especie, pero con trazas de una singularidad expresiva.

Ser-del-mundo y Existencia Personal

Ahora bien, interesa situar el “miembro fantasma”, en términos del problema vital que atraviesa a la persona humana. Por ello Merleau-Ponty hace nuevos desarrollos con respecto a la elaboración ser-del-mundo. La diferenciación entre cuerpo habitual y cuerpo actual, implica una dimensión temporal que compromete a la persona y su historia, sedimentada en las memorias de su cuerpo. Perder un brazo físico, que era siempre disponible actualmente, no suprime la disponibilidad que un organismo altamente integrado conserva como habitud proveniente de sus antiguas referencias prácticas en la vida cotidiana. De esta manera, el amputado puede retrotraer eventualmente emociones que lo sitúan nuevamente en la condición inicial de su herida y reactivan circuitos nerviosos que, en su relativa autonomía, están configurados en la vida emocional y práctica de la persona. No habría pues una autonomía total de recuerdos o emociones, como si desde su supuesta cualidad mental aislable, ellos pudieran hacer una “representación” del miembro fantasma (tesis psicológica), ni tampoco una autonomía singularizada de los circuitos nerviosos, que aleatoriamente quedarían transmitiendo unas sensaciones, puramente objetivas, dentro del esquema causal del reflejo mecánico ( tesis fisiológica). No, es el ser orgánico de la persona que se continúa en una psique, en una relativa autonomía del ser personal que se experimenta en su existencia, el que volcado hacia el mundo, reabre sentidos que le conciernen. El mutilado, simplemente después de dormir, se dispone a pararse de su cama, como si aún tuviera su pierna. O tiempo después, habla con alguien que lo incita a recordar, y la memoria motiva a que surja en persona, en el corazón de su ser, la dolorosa circunstancia, cuando aún tenía su miembro, en el campo de batalla.
De esta manera, el ser-del-mundo no es ni una idea, como abstracción que apunta a comprender algo, ni una realidad objetiva, en el sentido que la ciencia suele considerar lo objetivo, como “objeto” de sus explicaciones causales, teóricas o hipotéticas. El ser del mundo es una estructura de referencia práctica de los hombres a su mundo físico, a través de la corporeidad:
“El cuerpo es el vehículo del ser-del-mundo, y poseer un cuerpo es para un ser viviente conectar con un medio definido, confundirse con ciertos proyectos y comprometerse continuamente con ellos. En la evidencia de este mundo completo, en el que aún figuran objetos manejables, en la fuerza del movimiento que va hacia él y en donde aún figura el proyecto de escribir o tocar el piano, el enfermo encuentra la certidumbre de su integridad. Pero en el momento en que le oculta su deficiencia, el mundo no puede dejar de revelársela: ya que si es cierto que tengo consciencia de mi cuerpo a través del mundo, que éste es, en el centro del mundo, el término no advertido hacia el cual todos los objetos vuelven su rostro, es verdad, por la misma razón que mi cuerpo es el quicio del mundo: sé que los objetos tienen varias caras porque podría repasarlas, podría darles vuelta, y en este sentido tengo consciencia del mundo por medio de mi cuerpo”.
¿Cómo comprender bajo esta perspectiva a la consciencia, que Merleau-Ponty comprende como existencia personal? ¿Bajo qué condiciones corporales y mundanas se edifica la consciencia? La diferencia entre el animal y el hombre no es un milagroso salto cualitativo, sino el resultado de un movimiento evolutivo de la especie, reflejado singularmente en el desarrollo de los individuos y configurado en cada uno de nosotros por el continuo vaivén entre la voluntario y lo involuntario, entre el organismo y la persona; frente a esta cuestión Merleau-Ponty, haciendo referencia a desarrollos de su libro La estructura del comportamiento, señala que “los circuitos sensomotores se dibujan tanto más netamente cuanto que nos enfrentamos con existencias más integradas”, con lo cual se sustenta una continuidad temporal entre el organismo y la existencia personal. Pero dicha continuidad motiva en su movimiento una distancia entre un yo y su mundo. Si el hombre es primero, al igual que los animales, un ser viviente que como ser-del-mundo tiene un medio (Umwelt), también, en la medida en que se perfila como existencia, gana un mundo (Welt), y su experiencia corporal motiva una distancia frente a la realidad, que se realiza como consciencia corporal:
“Si el hombre no tiene que encerrarse en la ganga del medio sincrético en el que el animal vive como en estado de éxtasis (...) es preciso que, como Malebranche decía, las estimulaciones del exterior no le toquen más que con “respeto”, que cada situación momentánea deje de ser para él la totalidad del ser, cada respuesta particular deje de ocupar todo se campo práctico, que la elaboración de estas respuestas, no exija cada vez una toma de posición singular y se dibujen una vez por todas en su generalidad. Es, pues, renunciando a una parte de su espontaneidad, empeñándose en el mundo por medio de órganos estables y circuitos preestablecidos que el hombre puede adquirir el espacio mental y práctico que, en principio, lo sacará de su medio y se lo hará ver”.
No somos en rigor, ni puro cogito, ni vida física, conceptualizaciones que la filosofía cartesiana y la ciencia moderna hicieron para avanzar en las determinaciones del hombre (como ser que conoce) y la naturaleza (como objeto de conocimiento); con ello, ampliaron el universo de comprensión de la realidad al mismo tiempo que desplegaron las potencias cognitivas y dominadoras de un yo racional hacia la naturaleza externa y interna. Un supuesto sobre el que se alzan esas construcciones es la objetivación del mundo y la vida humana -llámese psique o cuerpo- y motiva la empresa husserliana de descubrir y describir el Mundo de la vida que se esconde como trasfondo trascendental, histórico y cotidiano de las ciencias. Una de las perspectivas de ese Mundo de la vida estriba en la posibilidad de advertir el sentido del cuerpo como apertura de mundo y intersubjetividad. Desde este punto de vista, se estaría respondiendo parcialmente por la pregunta acerca del sentido humano de la ciencia, al resituar sus construcciones en el universo de la praxis intersubjetiva que promueve nuestra corporeidad, para abrirnos como existencias que trascienden en el mundo:

“Más allá del Cogito hablado, del Cogito convertido en enunciado y en verdad de esencia, hay, si, un Cogito tácito, una vivencia de mí por mí. Pero esta subjetividad indeclinable no tiene en sí misma y en el mundo más que un punto de presa resbaladizo. No constituye el mundo, lo adivina a su alrededor como un campo que ella no se ha dado así misma; no constituye el vocablo, habla al igual como uno canta porque está contento; no constituye el sentido del vocablo, brota para ella de su comercio con el mundo y con los demás hombres que lo habitan, se encuentra en la intersección de varios comportamientos, incluso es, una vez “adquirida”, tan precisa y tan poco definible como el sentido de un gesto”.


Ser-del-mundo como Temporalidad.

Una consecuencia decisiva del anterior desarrollo sobre la existencia personal, estriba en el hecho de que la temporalidad es un entretejimiento ontológico de nuestra propia realidad en movimiento. El tiempo no se piensa como un dato intelectual, sino como una referencia sustentada en las memorias y hábitos corporales que discurren y están parcialmente disponibles y presentes como vida anónima para la existencia personal. El tiempo recubre en primer lugar al “organismo”, ya que sólo como cuerpo hemos aprendido a hablar, caminar, comer o pensar, de modo que existen, inscritas en el tiempo, variadas habitudes y procesos corporales siempre comprometidos en la enseñoreada tarea de la consciencia frente a su realidad y frente a sí misma. Pero igualmente, dicha consciencia, como yo que recuerda, podrá disponer en una medida importante de sus antiguas vivencias rememoradas, en algún momento olvidadas, y que responden a experiencias significativas, en las que había como escenario inalienable un “campo de presencias” perceptivo donde el cuerpo habitaba prácticamente un mundo. Es por ello que el memorioso retrotraer de los episodios de la pérdida de un brazo, logra que sintamos el brazo, en las condiciones particulares de la herida y en su referencia al acontecimiento mundano. Merleau-Ponty compara la experiencia del “miembro fantasma” con la neurosis, propuesta por el enfoque psicoanalítico para indicar cómo el individuo, que vive actualmente su presente como movimiento en curso privilegiado, puede quedar retenido en el seno de una vivencia anterior que sobresale como síntoma en su actualidad y produce un atolladero existencial de la persona. La historia de la persona, como esquema del cuerpo, y como posible elaboración personal de latencias, avanza en la medida en que también en el mismo presente retrotrae de distintas maneras - voluntarias e involuntarias- esa reserva del tiempo constituido. Es frente a esas limitaciones y posibilidades del tiempo que se mueve con nosotros, como el presente puede mostrar su trascender, si procuramos reabrir el pasado y proyectarlo hacia adelante en un movimiento de libertad.
La propia realidad existencial de la persona se entiende, bajo esta perspectiva, en un sentido dinámico, como un yo que se mueve con todas -orgánicas y personales, olvidadas, latentes o presentes para la consciencia- sus cristalizaciones de tiempo.  De un lado, en tanto somos un cuerpo que aprende a habitar el mundo, iniciamos y repetimos ciclos regulados orgánicamente. De otro lado, en la misma medida surge la posibilidad de abrir el tiempo hacia adelante como la constante formación del individuo que somos; entonces tenemos proyectos, y realizamos tareas comprometedoras de nuestro ser en el mundo. Una historia recubre a la otra y se trasciende en ella, la prolonga y al mismo tiempo se mantiene en una relativa autonomía. Nuestro cuerpo nos entrega posibles libertades y nos limita a medida que envejece, en la enfermedad manda soberanamente y nos fulmina o aminora como seres. Es posible que nuestro ser personal busque enfermarse y termine proyectando involuntariamente su depresión en el organismo; o nuestros movimientos se desprenden corporalmente hacia el mundo en un encuentro mágico entre la voluntad y la kinesis. Nuestra vida sexual se sublima desde la fisiología hacia el deseo humano que deriva simbólicamente a partir de la historia personal. El pensamiento rumora a través de las palabras, estas no son sus emisarios sino sus cristalizaciones, y confunden o aclaran unas referencias a la realidad. En cualquier caso, ese vaivén ininterrumpido de vida orgánica y existencia personal discurre ontológicamente como un movimiento temporal. Por otra parte, esa compenetración se juega a su vez en el universo de la cultura que aporta valores y modos de ser.

 Ser-del-mundo como Intersubjetividad

¿Cómo articulamos el ser-del-mundo con la vida social? Lo social está cimentado en nosotros antes de toda objetivación perfilada por categorías sociológicas. Dicha condición, firmemente constituida, es una emanación corpórea realizada permanentemente entre los hombres. Si es posible que otro exista para mí, y yo para él, ello ocurre porque como seres espirituales, ambos ostentamos un movimiento sensible y significativo hacia afuera, una actitud corporal general movilizada a través de nuestros sentidos y gestualidad, para realizar la relación de intersubjetividad. Pero este movimiento necesario proviene radicalmente de que mi cuerpo fue interceptado por otros desde mi nacimiento. Bajo esa consideración abarcante, devine y llegué a ser el que soy, sin saberlo intelectualmente, sino en las referencias parentales y sociales que me atraviesan y habito perceptivamente. Desde este punto de vista se entiende la consciencia como una realidad que siempre depende originalmente de una instancia perceptiva y mundana. Integramos la intersubjetividad en los primeros años de la vida, cuando una madre nos toca, amamanta y habla, o cuando nos introduce un padre en el mundo porque nos alza en los brazos y sentimos su grandeza, a partir de un pensamiento concreto y mágico. Bajo esas relaciones primarias nuestra condición existencial se configura originalmente como una individualidad que comparte unas adherencias fundamentales. El proceso de formación de la individualidad en la especie humana es un movimiento que requiere años de maduración, hasta llegar a un desprendimiento que en la adolescencia puede cristalizarse. Pero las adherencias entre los individuos, continúan obrando como un germen fundamental que orienta sus relaciones. En su evolución, ese movimiento de la intersubjetividad involucra no sólo las relaciones más elementales con los seres cercanos, sino, a través de ellas, una conexión vital con el todo social en devenir. Antes de comprender la historia de nuestra cultura, como una realidad explicable por categorías o estadísticas, dicha historia, como temporalidad que es, permanece tejida en nuestros comportamientos intersubjetivos, en las costumbres y los valores, en los modos de habla, en las actitudes frente al mundo, que inopinadamente atraviesan nuestros pensamientos abstractos o las idealizaciones que adoptamos.

Ser-del-mundo y cine

Avanzando en nuestra consideración sobre el ser-del-mundo, valoramos al relato fílmico como implicación corporal de hombres y mundo, que permite reconstruir y poner en escena la historia en movimiento de la vida intersubjetiva, bajo nuevos sentidos que afloran en la construcción del relato. Se postula con ello una ontología, a través del ilusorio efecto de realidad: al apreciar el filme volvemos, con todo nuestro ser sensible, y nuestra imaginación razonada, una y otra vez sobre nuestro mundo compartido, para gozarlo y trascenderlo, en fin para comprometerlo nuevamente como una forma de estar en el mundo. Surgen, nuevamente, como procuraremos advertir con el filme en cuestión, las condiciones del ser-del-mundo, como intersubjetividad, temporalidad, existencia y comportamiento. Dentro de este horizonte de recreación ficcional de la vida, podríamos resaltar dos aspectos importantes para el análisis del filme Mi pie izquierdo: A) en primer lugar la cuestión de la identidad de un personaje, como construcción definida a través de la narración. B) en segunda instancia, la manera como, desde la interpretación, participamos de ese mundo ilusorio, para mover nuestra existencia dentro de un juego lúdico y crítico, que nos permite entablar, a través del arte fílmico, una radical comunicabilidad con nuestros semejantes.

El ser-del-mundo en Mi pie izquierdo

No puedo comprender la función del cuerpo viviente más que llevándola yo mismo a cabo y en la medida en que yo sea un cuerpo que se eleva hacia le mundo.
Maurice Merleau-Ponty
El filme, dirigido por Jim Sheridan, narra la historia verídica de Christy Brown, quien nació en Irlanda, en la tercera década del siglo XX, con una seria limitación en su organismo, que le impediría hablar correctamente y mover sus extremidades. Desde la precariedad de su ser abre relaciones corporales e intersubjetivas con el mundo y los otros, creando su propia personalidad de una forma tortuosa, en tanto su cuerpo le otorga las posibilidades de ser, pero al mismo tiempo lo limita drásticamente. Procuraremos abrir diversos sentidos del filme, comprometiendo una cuestión original que advertimos como conflicto y acción del personaje: la potencia o impotencia de sus cinestesias en referencia a la realidad física y a sus semejantes.  



El movimiento de la intersubjetividad desde la corporeidad.

El lazo de Christy con su madre es a lo largo del relato una relación fundamental que entrega significaciones del ser de los dos personajes, los cuales viven un permanente conflicto y devenir hacia la determinación del inválido como individuo independiente. Tal movimiento temporal de la existencia se define en la referencia de cuidado y amor que la madre entrega corporalmente a su hijo. Es a ese cuerpo paralizado al que ella se dirige, como a una persona, y progresivamente encontrará, venciendo las dudas del padre sobre las cualidades del hijo, las sucesivas respuestas significativas del niño. Dentro de esas revelaciones resaltamos algunas que nos parecen ejemplares:
Estando sola en su casa con el hijo, que tiene en ese momento unos nueve años, la madre lo sube al segundo piso, lo acuesta, y le pide que la espere mientras se dispone a ir a un trabajo. El esfuerzo de cargarlo afecta su corazón, y ante la puerta de la casa, cuando se dispone a salir, sufre un ataque; el joven advierte que su madre ha caído al suelo y con enorme dificultad se arrastra por las escaleras para llegar hasta donde se halla la mujer, luego pide auxilio y golpea la puerta de la calle con su pierna izquierda, que es el único miembro que tiene movilidad. Interesa esta anécdota para ilustrar la ostentación del ser-del-mundo, desde la precariedad de las posibilidades del cuerpo de Christy, y en las relaciones fundamentales que se tejen entre él y su madre. Logró moverse en un momento signado por el peligro que corre la madre. Comportamiento sencillo y definitivo, que resalta la necesidad de la kinesis, pero como valor especial, al no tener Christy mayores recursos corporales en esa situación límite. La anécdota ilustra la reciprocidad de personas que se cuidan, desde una vivencia intensa enmarcada en la realidad corporal, pues es frente a la impotencia del niño, que la madre se expone a hacer un esfuerzo superior a sus fuerzas que la lleva al ataque; en respuesta el niño debe sobreponer su cuerpo, involucrar desde dentro un “yo puedo”, y bajar nuevamente por la misma escalera aprovechando la gravedad, para salvar a la madre. En la relación de cuidado y alerta, se confirma ese lazo que a lo largo de todo el relato va marcando circunstancias existenciales definitivas entre los dos personajes. Como el hecho de que acuerden entre los dos ahorrar dinero para comprar una silla de ruedas, a costa de generar grandes limitaciones en la alimentación de sus hermanos, o la enorme dificultad del habla de Christy, que siendo ya un hombre es relativizada a través de terapias del lenguaje. El movimiento del inválido se proyecta siempre precariamente, pero igualmente en una intensidad intersubjetiva que lo transforma en dialéctica del reconocimiento, no sólo en relación con la madre, sino con hermanos y amigos que lo pasean en un carrito de madera mientras juegan con él y posibilitan descubrimientos mundanos, hasta llegar a la pintura con su pie izquierdo que radicaliza la tensión entre la gran inmovilidad y la rica posibilidad de escenificar su mundo intersubjetivo con el pincel que maneja su pie.
La silla de ruedas es una meta para la comodidad de los personajes, pero aparece muy lejos, es como el pretexto para descubrir otras realidades desde la precariedad de los medios; si en su relación con la madre, marca una complicidad de miras, anidada en la necesidad de moverse como una forma de amor compartido, el carrito de madera permite en cambio salir a tejer un mundo solidario que se convierte en vida cotidiana de la familia. Junto con los juegos, el filme resalta distintos momentos de consolidación de un intenso yo social de Christy, afianzada y limitada a la vez por las necesidades económicas que se traducen en cuartos y camas compartidas. Tales lazos tejen solidaridad pero igualmente asfixian la individualidad, como una tensión que ha de confrontarse hacia adelante. La dialéctica entre su individuación y su entretejimiento con los otros, se dirige hacia dos direcciones en el relato: la búsqueda del amor, y la búsqueda de sí mismo. En ese empeño la escritura, la pintura y el habla aportarán esas realizaciones como dimensiones originales del ser-del-mundo de Christy.

Entrelazamiento con el mundo: escritura, pintura y habla

En una escena temprana del filme surge la indagación del niño sobre el grafismo, con una tiza entre los dedos del pie que hace un garabato; frente al esbozo de letra que aparece primeramente surgirá después la palabra “mother”, como resultado de su atención al mundo, pues Christy asiste, desde un rincón de la escalera, a las tareas de sus hermanos y se compenetra inteligentemente con ese mundo compartido del estudio. Al escribir, dentro de un momento revelador, la palabra “mother”, testifica a través de la distancia ejercida en la corrección kinésica y articuladora del grafismo, el sentido de aquello que emana de él y se dirige afectivamente al mundo, como núcleo de afecto que quiere ser compartido por la familia. No es el signo afuera de su contenido, sino al revés, vehiculando el afecto.
Ese pie puede igualmente considerar ya no la relación de abstracción involucrada en la palabra como signo convencional, sino la recreación analógica del mundo, como expresión originalmente kinésica que se ajusta para progresivamente evidenciar una realidad ontológica, un ser vidente y visible a la vez, el cual recomienza su asombro, coordinando el movimiento del ojo con aquel del pie, en una suerte de reflexión dentro del mundo visible. Entonces, como un acto que se desprende de la kinesis corporal, ese ser aprende a ver con cierto acento y aquella forma de usar un material, un pincel, un color sobre el papel; la primera referencia hacia la pintura aparece cuando el joven Christy envía un dibujo a una muchacha que le gusta y es rechazado por ella; mensaje icónico y rechazo muestran dramáticamente la obsesión del personaje por la figura humana como una interrogación sobre sí mismo en la relación con los otros. Se trata de una modulación de su ser, que acierta por ejemplo a pintar el rostro de su padre y procura descifrarlo sin lograrlo plenamente, porque entre ambos se esconde un misterio; en cambio el rostro de la doctora que le ayuda a hablar mejor, aparece con una luz que intercepta su erotismo.
Probablemente la plenitud de la expresión de Christy se cumple a través de aprender a hablar mejor con la terapia impartida por la doctora, en tanto aquel logra decir con mayor claridad sus pensamientos; pero esa cumbre, conquistada con dificultad está mediada por el amor que nace hacia ella y no es correspondido. La manera como el relato configura este conflicto, testifica desde dentro el ser-del-mundo de Christy, como persona atravesada por una impotencia que siempre ha de sobreponerse para proyectarse en la vida: la doctora le entrega el conocido  monólogo de Hamlet para ejercitar la dicción, pero naturalmente en la mima medida que dice con dificultad el texto, encuentra adentro el yerro frente a la realidad que ostenta el monólogo del personaje de Shakespeare, y con ello, la fábula de Christy se sucede en su singularidad como la de cualquiera de nosotros. Su anonadamiento ante la realidad refiere precisamente al drama que cualquier ser humano ha de vivir, por cuanto estamos atravesados corporalmente por la contingencia y la necesidad de ser, y frente a la plenitud que es preciso construir para labrar un destino. Tal conflicto ocurre no en los devaneos de un puro “yo pienso que”, sino en la lucha que un cuerpo emprende cuando llega al mundo para desarrollar sus generalidades que lo hacen semejante a otros, pero que en la misma medida le permiten singularizarse como persona.

El movimiento de la temporalidad

El filme cuenta la historia de Christy focalizando al espectador sobre la lectura del libro autobiográfico escrito por aquel, que a su vez es leído por la enfermera que lo cuida, durante un concierto de beneficencia en la casa de un hombre pudiente. Al final del concierto, se hará un homenaje a Christy. El relato leído por ella, que como espectadores compartimos, logra conmoverla frente a ese ser que tiene al frente, quien aprovecha para cortejarla, hasta que ella accede a salir con él; al final el filme anuncia una unión matrimonial. Esa escritura reconstruida reflexivamente por el personaje y luego traducida por el filme, es la revelación de una existencia atravesada por la tensión entre un organismo limitado en su kinesis y el ofrecimiento que brinda ese mismo organismo a la persona. A medida que el ser personal avanza y se integra en el tiempo, encuentra sus posibilidades así como sus limitaciones, y su desafío es transar con esa tensión para penetrar en el sucesivo encuentro de sí mismo y en su relación plena con los otros. En ese camino hay momentos de crisis, entonces el ser personal se tambalea, y la madre acompaña nuevamente al personaje, como cuando ante el fracaso amoroso frente a la doctora, la madre decide apoyarlo construyendo por fin una habitación para que Christy tenga cierta privacidad.
A través del libro que leemos junto con la enfermera, los recuerdos conscientes de Christy recorren su propio ser construido en la duración, pero en ese empeño, los recuerdos aluden a esos gestos preobjetivos de su organismo que le entregaban en mundo en la misma medida en que se lo restringían. Una historia recubría a la otra, el cuerpo con sus carencias, proyectándose para convertirse en la persona deprimida, solitaria o alegre que buscaba claves para ser, y entonces llegaba a pensar como un poeta, o encontraba lo que podía ser, a través de hallazgos cristalizados por los poderes de su cuerpo, y pintaba con el pie. Ocurría, como en cualquiera de nosotros, que la vida avanzaba en ese vaivén entre el organismo y la persona, constituyendo un mundo propio y compartido.
Frente a esa mujer que siempre lo respaldó, surgen en la vida del personaje otras dos mujeres que le ofrecen experiencias trascendentales para llegar a ser el que es en un momento de su existencia. Una mujer le enseñó a hablar mejor, y través de ello el personaje penetra aún más en su propia condición, cuando descubre el texto de Hamlet. Al leer el texto de Shakespeare, lo verbal leído en voz alta, es una escucha de sí mismo, que coincide con la posibilidad y la imposibilidad de la existencia del hombre. Por otra parte, el libro escrito por Christy, felizmente se refleja como texto y vida -como identidad narrativa- en la otra mujer que lo amará. El libro podría ser entonces, la cristalización más enfática, -en algún rincón de la existencia que vuelve y retoma al tiempo que pasa-, de su propio ser-del-mundo. Pero en otro sentido, esta condición se proyecta y trasciende en el cine; pues el cine, como relato ficcional de las imágenes sonoras y en movimiento, tiene la peculiaridad de penetrar y resignificar esos cursos por donde discurre la vida, ya que el cine es el hombre proyectado en el mundo, pero a su vez, es el mundo interiorizado en la vida humana. El vehículo de esa compenetración, es precisamente el cuerpo como ser-del-mundo.  

Popayán, Agosto de 2005

No hay comentarios:

Publicar un comentario